La tristeza, un power up.
No os preocupéis por mi estado de ánimo, queridos amiguitos freaks, que yo estoy cojonudamente en cuanto a estado anímico se refiere.
Con el título del Diagnóstico de hoy me quería referir a ese estado de ánimo que influye en el común de los mortales, y que es producido por factores externos como pueden ser los ámbitos sociales en que nos movemos (familiares, laborales, etc.), las circunstancias personales en las que estemos inmersos, o factores incluso meramente estéticos (la ropa que eliges al vestir), o climáticos (un día lluvioso como los de estos días, por ejemplo, invita a la abulia y al hastío en muchos casos). Todos ellos pueden tener en algún momento influjo en nuestro estado anímico, y como no, a la hora de decidir cómo disfrutar de nuestras aficiones.
De todos esos sentimientos, quizá el que menos nos gusta sentir, pero en el que nos regodeamos más cuando estamos inmersos en las miserias e infiernos que nos provoca la tristeza, el hastío o el decaimiento, es seguramente el que más libros, discos o películas ha hecho vender a lo largo de la historia del entretenimiento.
Y muchos de vosotros os preguntaréis por qué un sentimiento que tan poco nos gusta soportar es tan comercial. Mi respuesta es que en el fondo nos encanta saber que ese sentimiento, tan de moda en la época romántica del siglo XIX, es algo puntual en nuestras vidas, y que nos hace avanzar e ir más allá, pues es en esos puntos de negrura cuando nos replanteamos las mismas e intentamos alcanzar una meta mejor para aquello que nos atenaza, y así utilizamos mil y una maneras de chapotear y afrontar nuestra podredumbre personal.
¿Qué sería de los viajes a través de la escoria que encierran nuestras lúgubres almas, sin discos como “The Bends” u “Ok Computer” de Radiohead, o sin los primeros discos de NIN con un Trent Reznor al borde del suicidio?
¿Podríamos salir del hoyo en el que nos sumergen escritores, salvando las distancias estilísticas y de género, como Pío Baroja y sus dosis de vinagre en libros como “El Árbol de la Ciencia”, o Edgar Allan Poe en sus breves y psicológicos relatos cortos, sazonados por los delirios causados por el láudano?
¿A nadie se le han caído lagrimones como afluentes del Tajo, al visionar melodramazos del calado de “Dancer in the Dark” de Lars Von Trier o “Todo Sobre mi Madre” de Pedro Almodóvar?
No sé, a lo mejor soy demasiado sensible o me río un poco de mi mismo y de nuestras simplezas como seres humanos. Lo que intento decir es que debéis intentar verlo desde fuera, con perspectiva, y seguro que os cambiará el estado de ánimo a un jocoso y entrañable bienestar de asentimiento y comprensión de nuestra inevitable levedad.
No os preocupéis, saldremos de ésta.
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