Ser un soñador, es un problema hoy en día, como lo ha sido siempre. Bien es cierto, que en muchas ocasiones ha habido momentos puntuales de la historia en el que se ha contado con una serie de Quijotes andantes, para desafiar la realidad imperante en varias facetas de nuestras vidas, y que al final han logrado grandes hitos en diferentes áreas que han hecho que nos beneficiemos de ellos todo hijo de vecino.
Algunos les llaman soñadores, otros ilusos… pero siempre han existidos estos personajes amantes de la imaginación para intentar trasladar sus pensamientos a la realidad, por muy locos o rompedores que estos sean. Y en el mundo de la música, concretamente en el de la música pop, los ha habido más en los últimos 50 años que en ninguna otra faceta de nuestra realidad.
Soñadores que hicieron que la música se convirtiera en un fenómeno popular de masas con los Beatles, o The Rolling Stones. Que durante los finales de los 60 o los 70 se disgregara en mil y un estilos, en los que predominaba el mensaje del amor, y la lucha pacífica contra la guerra, el hambre, y otras proclamas de denuncia social a través de la música.
Que durante la década de los 80 la música se convirtiera en una industria monstruosa en la que la calidad no era lo más importante, pero sí la experimentación y la búsqueda de nuevos caminos. Y en los 90, llegó a su máximo apogeo y su máxima depreciación, en una época en la que había discos faraónicos cuyos videoclips de algunos singles valían más que una película de gran presupuesto como el “November Rain” de GNR. Y en el que la crítica a la sociedad de consumo y a la globalización a través del Grunge y el movimiento alternativo, surgían a la par que internet y la red global de información que hizo accesible de una forma más inmediata a toda información, entre ella la música, y que hizo prácticamente herir de muerte a esta industria en nuestros días.
No conozca forma de entretenimiento en la que la ensoñación y el quijotismo tengan mayor cabida, y en la que los sueños se abstraigan tanto y se abigarre tanto el sentimiento como con la música. Cuando escucho música no lo hago tanto con el intelecto como con el epitelio, con la sensibilidad. Muchas veces no presto tanta atención a la letra o al formalismo, como a lo que despierta la melodía en mí, si no sobre todo, abstracción de lo que me rodea.
Nos hemos acostumbrado a escuchar la música haciendo muchas otras cosas, pero escuchadme, debéis intentar al menos una vez en vuestras vidas, a volver a hacer un stop en vuestras estresantes vidas, y sentaros un momento, aunque sea una vez a la semana, y escuchar durante 1 hora, uno de vuestros discos favoritos. Y bailar, o soñar, y disfrutar con el al fin y al cabo. Pero no freguéis, no paseéis al perro, no hagáis running mientras lo escucháis, solo intentad conectarlo con vuestro alma, con vuestro interior más encerrado dentro de vosotros.
Volveréis a ser quijotes en tierra de molinos en forma de las vidas complejas y atroces que nos han tocado vivir en estos tiempos actuales. Volveréis a un tiempo más primario en la que emoción pura era la que dominaba nuestros actos, ya que la música es la que más nos conecta no solo a nuestro instinto más primitivo, si no que nos conecta con un mundo en el que viajamos por espacios olvidados dentro de nosotros mismos. Seamos quijotes de nuevo, aunque sea por un momento, amiguit@s.
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