No fue éste el único regalo que trajimos de Avilés.
En un mundo perfecto podría pasarme horas leyendo cómics sin que nadie pensara que soy un outsider, un extraño, una persona rara. En un mundo perfecto nadie se reiría de mi por llevar un tebeo de Los Vengadores o de Astérix en el metro y estar leyéndolo sin ningun pudor.
Podría levantarme tarde y ponerme a leer los cómics de debajo de la montaña de tebeos que no he podido o no he querido leer hasta el momento, o aquellos a los que no he dedicado más tiempo por diversas razones, sin tener prisa en terminarlos, ya que mi trabajo sería leerlos y que me pagaran por ello. Mi jefe sólo me echaría la bronca si no hago lo que más me gusta en el mundo.
Todo el mundo podría dedicarse en ese mundo perfecto a aquello que le guste. Existiría gente que viviría de lo que le gusta y que se divierte haciéndolo las veinticuatro horas del día ya que forma parte de su vida cotidiana. Pero de repente, puff, desperté del sueño y estaba en mi habitación recién despertado por la alarma del despertador, indicando las siete y media de la mañana, antes de volver a iniciar la rutina de siempre: desayuno, ducha y camino en transporte público hacia el trabajo que me da de comer, no de vivir. Y en ese trayecto, mientras leo un cómic y la gente, una vez más, tuerce el hocico y hace un aspaviento extraño lleno de incomprensión, pienso en lo injusto que es el mundo y sueño a todas horas con cosas imposibles de cumplir, con mi cabeza llena de pajaritos. A veces pienso que me encantaria tener la cabeza sin esos pajaritos y ser tan plano de encefalograma como la mayoria de mis semejantes.
Pero a veces los sueños se cumplen, amiguitos. El miércoles pasado llegué junto con mi amigo José Luis a una preciosa y pequeña ciudad del norte de España, en la comunidad principesca de Asturias y cuyo nombre es Avilés. De repente empecé a verme rodeado por todas partes de profesionales del comic de todas las nacionalidades e industrias, muchos de ellos verdaderas estrellas del medio, algunos de ellos amigos personales y otros, que no conocía en profundidad, sabían quién era yo. Sabían a lo que me dedicaba en mi tiempo libre con mi programa de radio y la difusión que yo y mis amigos hacíamos, sin muchas pretensiones, del arte de la viñeta.
De repente conocí a dos los organizadores de encuentro, Jorge Iván y Germán, y descubrí que eran dos frikis apasionados como yo. Empecé a despertar de ese sueño en el que me encontraba imbuido durante cinco días, en los que me sentía al principio como un fantasma o ensoñación a lo Pedro Páramo de Juan Rulfo. Pero me equivocaba, era real, se llama Jornadas del Cómic de Villa de Avilés, que se hacen desde hace 17 años, y os recomiendo, a todos los que estáis al otro lado del aparato receptor, que escuchéis las historias que nos contaron sus protagonistas en ese programa de ensueño.
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