“Las Aventuras del Superhombre cotidiano”.
Que estoy absolutamente flipado por los superhéroes no es ninguna novedad. Es mi género favorito de los comics, eso tampoco sorprende a nadie. Pero sí le parece sorprender a la gente cuando afirmo que mi superhéroe favorito es Supermán, y no entienden cómo no lo es Lobezno o Batman. Cuánto mal ha hecho Frank Miller, y últimamente, Nolan. Es más, y como soy tan contradictorio, si a mí me lo preguntan cuándo contaba con 10 u 11 años, es decir, cuando descubrí los comics de superhéroes, posiblemente la respuesta hubiera sido otra. Probablemente hubiera respondido que Batman, Spiderman o Superlópez. Pero jamás hubiera dicho Supermán.
Seguramente hace 30 o 40 años, una afirmación como ésta, no hubiera sorprendido a nadie. Porque estaba claro que era el icono de iconos, y todos los niños querían ser Superman, ya que se veía como el reflejo de una sociedad puritana que quiere alcanzar la perfección, y él era el icono y máxima expresión de ese pensamiento. Pero yo recuerdo ir a Perjim, la papelería de mi barrio donde compraba y cambiaba tebeos, y echar un vistazo a los comics del Superman precrisis que primero publicó Bruguera y posteriormente Zinco, y lo que descubrí me parecía un coñazo. Ya de niño, no me creía que un tío fuera tan poderoso, y tuviera poderes que eran de coña, con unas aventuras sosas y aburridas, que siempre acababan igual, con Superman dándose de ostias con el villano mongo de turno, para rescatar a Lois o sacar de un apuro a Jimmy Olsen, o las dos cosas a la vez. Por lo tanto, nunca fue uno de mis favoritos de niño, ya que por contraste me encantaban los comics del Spiderman universitario, que las pasaba putas para llegar a final de mes, y que se metía en cien líos de faldas, y no quedaba nunca bien con nadie, pese a salvar siempre el día.
Pero me reconcilié a tope con el Superhombre por antonomasia. Debía ser un verano del año 90 o 91, contando con 13 o 14 años, cuando mi tía Angelita me regaló un comic por mi cumpleaños y que había adquirido en el quiosco, en el que salía Supermán mordiendo el polvo, a manos de un tío con traje dorado y que se llamaba Booster Gold. ¡No me lo podía creer, alguien estaba pateando el culo al Supes, algo impensable para mí! Además, ¡Cómo dibujaba el tío! Lois Lane estaba irreconocible, incluso se había teñido el pelo, y Lex Luthor…. Qué decir del cambio, como molaba el nuevo Lex, de Mad Doctor a implacable tiburón de la era Yuppie de los ochenta. Ese Supermán vulnerable y cercano, era ahora un alienígena superpoderoso buscando un lugar entre los humanos y dando más importancia a la historia de Clark que a la del icono (que ya no era un paleto pringado, sino un emigrante de la américa profunda a la dura y estresante vida de la gran ciudad).
Ese autor no era otro que mi idolatrado John Byrne, y de ese modo, el Superhombre me conquistó del todo, por ser eso precisamente: alguien que se intenta superar día a día, y que trata de ser mejor no por tener más aptitudes, si no por ser diferente y querer ser uno más. Algo así, como lo que llevamos 13 años intentando hacer nosotros. Ser como el Supermán de John Byrne: Superhombres cotidianos, como vosotr@s, amiiguit@s, los que estáis al otro lado del aparato receptor una semana más.
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