O sea, que os estoy lanzando un mensaje subliminal está claro, amiguit@s, pero más allá de eso, me sigue sorprendiendo lo mucho que nos sigue fascinando el tema de los vampiros a los frikis. Reflejo de ello es que uno de los protagonistas del programa de hoy, acaba de estrenar su ultimate version en la gran pantalla estas últimas semanas, con la nueva revisión del personaje. Pero eso no es eso de lo que quiero hablar realmente.
Hablamos en este caso del ejemplo que supone Drácula, y de verdad en ocasiones mira uno a la cartelera con recelo por el cansinismo, porque no sabe si puede llevarse una sorpresa del calibre de lo que supuso el Drácula de Copolla, para bien o para mal o de un truño del tamaño de un Kaiju. De lo que seguro que coincidiréis conmigo, es que estamos hartos de humo, y versiones descafeinadas que nos hacen perder el tiempo.
En cine, se repiten ciertos temas o clichés, porque funcionan y dan dinero. Por eso se crean los géneros, porque hay muchas personas a las que les gustan determinadas pautas y argumentos, y acuden al cine a hacer caja. Por eso, los productores no son tontos ni reticentes jamás, a tratar ciertos temas que ya forman parte de la cultura popular, como un vehículo para poder seguir llenando sus inmensas arcas.
Lo que quiero hablar en este diagnóstico es algo un poco más metafísico, mas allá de lo que es el cine de vampiros en sí, y es el aspecto de la búsqueda de la inmortalidad de las personas a través de su amor por personajes como estos ángeles informales amantes de la sangre. Llegando casi a la cuarentena como es mi caso, y cuando uno empieza a afrontar la llegada de pleno a la mediana edad, ve que hay un gran componente de que poco a poco viendo de cómo nos vamos sometiendo al implacable e inexorable paso del tiempo.
No nos queremos hacer mayores, pero tampoco queremos ver mayores, recurrimos a la estética y a la mentalidad de lo juvenil para que no ser conscientes, que en algún momento de nuestras vidas, ya no estaremos en este mundo. Es que decir la palabra, ya provoca mal rollo.
Nuestra sociedad occidental está montada para que jamás se hable de ella, para que este aspecto inevitable de la propia vida como yo la considera, llegue lo más rápido posible y no pensemos en ella tal y como es, y nos refugiamos en otros recursos como los que hablábamos antes, como la idealización de la eternidad en unos seres bellos y eternos, pero implacables, para no pensar en la idea de la muerte.
Otras sociedades como las orientales que si desde pequeños preparan a las personas al paso del tiempo, pero más atrasadas en otros muchos conceptos como son la inmediatez y la velocidad agitada que nos rodea, aceptan de mucho mejor grado ese paso a otro estadío vital, que no sé porque motivo nos da tanto repelús afrontar o pensar ni siquiera en él.
Más allá (valga la rebuznancia) de trascendencias, el caso es que si lo analizamos fríamente, pasamos muy poco tiempo entre los vivos, y nos pasamos la mayoría del tiempo, perdiéndolo en cosas fútiles, cosas sin importancia que no nos hacen ver más allá y disfrutar de lo realmente importante. De cosas como son nuestras aficiones, lo cual seguiremos haciendo nosotros desde nuestro circo ambulante, gracias a vosotros, para seguir disfrutando de estar vivos y a vuestro lado, un año más.
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